Radar de lluvia

miércoles, 3 de octubre de 2012

Para Rosario siempre es Octubre...

Entrada del grupo joven de Montesíon
El reloj marca las nueve. Esa mañana Rosario lo tenía todo preparado en casa. Se había percatado de que no le faltara ni el más mínimo detalle en la limpieza de su hogar. A sus 75 años de edad nunca se ausentaba a la cita más gratificante del año, la cita en la que sus problemas y achaques de la edad parecían tener más solución que nunca. Ese día no tocaba ir al médico. Suena el teléfono. Es su hijo. Es tan grande el amor por una madre que esa mañana la había pedido libre para poderla llevar a tan señalada cita. ‘’En quince minutos llego, mamá’’. Rosario estaba ya completamente acicalada y arreglada para la ocasión. Esos quince minutos fueron eternos. Un último repaso a la cocina con la escoba, algún retoque en el espejo… Al fin su hijo llama al timbre. Antes de salir por la puerta dirigió su mirada con una leve sonrisa hacia aquella vieja fotografía de su boda. Él ya no estaba, hacía años que había partido de su lado. Desde ese día, Rosario entendió que el mejor acompañante sería el color negro. Ella ya estaba acostumbrada, se había casado de negro y sabía que en los años que le quedaban vestirá así. El viaje en coche fue más largo de lo esperado por Rosario. Su hijo ya le advirtió que los viernes son complicados… ‘’Pedro, si te metes por Castellar y Churruca seguro que no hay tantos coches. ¡Acuérdate que tu hermano siempre tiraba por allí el Jueves Santo!’’, ‘’Esta semana está cortada San Marcos desde San Luis, mamá, así que tendremos que entrar desde Gerona…’’, ’’ ¿Este alcalde no sabe que los días grandes no puede hacer eso?’’. A las diez y cuarto el coche se acercaba ya a Feria por San Juan de la Palma. Cinco letras que marcan una calle que para Rosario es germen de recuerdos imborrables de su memoria. Una memoria basada en una vida nada fácil, donde el sudor era lo último que importaba con tal de sacar adelante a su familia. Una vida en la que sus mayores distracciones eran ir al Mercado del barrio y ya de vuelta, cargada con las bolsas de la compra, entrar en esa Capilla… Rosario nunca se sentaba, para ella era una visita rutinaria, una charla con una Vecina. Y vaya si hablaba… podían pasar las horas, que Rosario no se inmutaba. Pedía por los suyos, por sus vecinos, hasta por el que le volvía la cara por trabajar con una fregona… Le contaba sus compras, sus días mejores y sus días peores, sus preocupaciones, sus alegrías… Al llegar la despedida sólo le salía musitar ‘’Madre mía del Rosario mañana le volveré a contar’’. El coche se detuvo en la Plaza. Una larga cola de personas salía de la Capilla. ‘’Mamá, voy a buscar aparcamiento, yo no esperaré la fila, así que cuando llegue me sentaré dentro’’. Rosario no se lo pensó dos veces antes de situarse en la cola. Los minutos que pasaron hasta acceder al interior se le hicieron más que largos. Pero Rosario sabía que toda espera tiene su recompensa. Subió los escalones y atravesó la puerta. Ya intuía la corona, aquella corona labrada en oro con el cariño de todo el barrio para la Coronación de su Virgen. Poco a poco se acercaba aún más, veía la forma del manto, las flores, la cera, el suntuoso montaje… Pero conforme iba avanzando las lágrimas le caían y le emborronaban la visión. La visión de aquel rostro anacarado, de aquella mirada inclinada con la que tantas y tantas veces había soñado. Llegó el momento. Era el turno de Rosario. Sus ojos fueron directos a sus manos. Esas manos tan delicadas, tan desgastadas por el tiempo, por el cariño de los sevillanos. La tenía frente a frente, sabía que era una vez al año. Sabía que en su mirada encontraría a sus padres, a su marido, a aquel vecino antiguo que ya duerme en su regazo. El diálogo apenas duró unos minutos, pero para Rosario habían pasado otros 75 años. ‘’Madre mía yo estoy bien, ¿y Tú? Yo te veo más guapa que nunca…’’ Al despedirse Rosario musitaría las mismas palabras que antaño… ‘’Madre mía del Rosario mañana le volveré a contar’’. Pero no será en aquella Capilla, no será ante la Vecina más antigua que jamás pudiera haber conocido. Aferrada a una vieja estampa Rosario sabe que la lejanía le impide ir todos los días, pero sabe que su Vecina la escuchará allá donde se encuentre. Para Rosario siempre es Octubre, por muy lejos que esté…
Para mi también siempre sera Octubre, por muy lejos que esté.